La
Feria Internacional de Cerámica Argillà de Argentona, que antes se celebraba
con la Fiesta Mayor de esta localidad, en la denominada Festa del Càntir y que
se recuperó en 1951 aunque sus orígenes se remontan al S.XVII, encarga cada año
la realización de un botijo a un artesano diferente. Recientemente el encargo
se hace extensivo a diseñadores. En esta ocasión ha recaído en Miguel Milá, Premio Nacional de Diseño y uno de los pioneros del diseño en
nuestro país. El encargo fue una sugerencia del arquitecto, diseñador y
divulgador Quim Larrea quién ya había realizado uno hace dos ediciones.
En
otros posts ya he tratado sobre la relación entre artesanía y diseño,
especialmente por mi curiosidad en saber porqué esta relación no acaba de
funcionar nunca del todo bien, o si funciona, por qué no tiene más continuidad.
El ejemplo del encargo anual del botijo y el diseño que ha realizado Miguel Milá
es muy oportuno para hablar del tema. La serie de botijos que se produce cada
año es numerosa y participan diferentes artesanos en su ejecución. Cada botijo
es una pieza numerada y lleva las credenciales en la base: nombre del
diseñador, año, número de serie y el nombre del artesano o taller que ha
realizado las piezas. La curiosidad radica en que se puede adquirir una pieza
de diseño de autor, fabricada artesanalmente en serie, pero que cada una puede
tener ligeras diferencias con el resto. Pequeños detalles de manipulación y
acabado que convierten cada una en “pieza única”, característica propia de la
artesanía.
Otra
singularidad consiste en que el botijo viene un packaging, un estuche de
cartón, con la foto del diseñador, un boceto del diseño y un texto. Esta había
sido una larga reivindicación de Ferran Amat, propietario de la legendaria
tienda Vinçon, para vender artesanía tradicional en su establecimiento. Amat
decía que no vendía las tradicionales cazuelas de barro de la Bisbal ya que no
conseguía que los talleres artesanos las envasaran en una caja e incluso que
llevara un manual de instrucciones como los demás productos.
Es una
rareza que de la colaboración entre diseñadores y artesanos estos últimos
tengan proyección pública de su trabajo o un tratamiento igual que el del
diseñador. Aquí radica, a mi entender, uno de los problemas de la relación
entre artesanía y diseño: el reparto de méritos. Otro tema consiste en las
retribuciones, con poyalties, por proyecto u otra forma, pero esta ya es otra cuestión aunque
no menos importante.
El
botijo de Miguel Milá no es revolucionario pero es un magnífico ejemplo de
maestría. De planta elíptica muy estrecha, con el gesto de unir boca, asa y pitorro,
consigue una forma limpia y muy expresiva. No llega al esencialismo del ‘Rebotijo’
de Martín Azúa, para mi el mejor ejemplo de la revisión del concepto, aunque es
más depurado que otro buen ejemplo de icónico botijo contemporáneo, la 'Siesta', de Alberto
Martínez, Héctor Serrano y Raky Martínez, que hace el juego de formalizar el
botijo como una botella de agua de plástico de litro y medio. El color blanco
del esmalte de la parte superior del botijo de Milá es a la vez muy expresivo,
higiénico y no perjudica la traspiración de la arcilla. En resumen: una excelente relación entre artesanía y diseño.
Acudir
a Argillà y poder elegir, entre muchos ejemplares de serie numerada, un botijo
diseñado por Milá ha sido buena experiencia. Las maquetas iniciales del diseño son de
Jordi Casas, el modelo, la matriz y los moldes han sido realizados por Claudi
de José de Montgat y la producción es de Gómez y Gómez Artesanos, de Caldes de
Montbui. Por último señalar que la dirección de producción ha
corrido a cargo de Quim Larrea, implicado desde hace unos años en este cometido.
Toda una lista de créditos para la realización de un botijo, aunque no todos aparezcan en el pack, si que constan en la web. ¿Algo está cambiando en este
sector?