Con la comercialización del Kindle de Amazon, el Papyre de Granmata, el PRS-600 de Sony, etc…ya se ha dado el disparo de salida para la difusión masiva de un nuevo producto: el libro electrónico. Todo apunta que será el “regalo” de estas navidades.
Muchas cosas van a cambiar en el mundo del libro y de la lectura. Se replantearán las librerías ¿cómo obtendremos la opinión del librero y su intención al colocar los libros y destacarlos?, las presentaciones de libros con el autor ¿van a ser videoconferencias? Las estanterías que observamos distraídamente hasta encontrar algún título o una portada que nos llama la atención ¿serán substituidas por visualizadores virtuales?
En las casas, las estanterías y las baldas, las repisas y armarios ¿Ya no acogerán títulos nuevos y solo guardarán viejas ediciones en papel que poco a poco irán envejeciendo hasta la degradación? ¿Cómo mostraremos a familiares, amigos e invitados la expresión de nuestro conocimiento?
En este sentido y anticipándonos a todas estas cuestiones, que tampoco son nuevas, en el año 2003 presentamos una instalación en la Galería H2O de Barcelona, proponiendo como veíamos la biblioteca para el futuro con el libro electrónico, o cualquier otro dispositivo, y todas los bibliotecas digitalizadas.
La exposición pasó bastante desapercibida a excepción de los amigos fieles que accedieron a la inauguración. Unos años después se justifica la intención de aquella propuesta y creo que puede servir de precedente. El concepto era el siguiente: cuando todos los textos estén digitalizados y guardados en una biblioteca virtual ¿Dónde se acumulará la huella de nuestras lecturas si no hay libros que almacenar? Nuestra biblioteca era una placa de dos metros de alta, de acero inoxidable, con unos recuadros en piel donde se irían grabando “al fuego” a medida que se vayan leyendo el título y el autor de los libros. Los lomos de los libros de nuestras bibliotecas actuales no dejan de ser pequeños monumentos a nuestro saber particular a la vista de amigos y visitantes. Esta placa testimonial, a modo de instalación artística, reflexiona sobre el futuro “cercano” de las bibliotecas.
Muchas cosas van a cambiar en el mundo del libro y de la lectura. Se replantearán las librerías ¿cómo obtendremos la opinión del librero y su intención al colocar los libros y destacarlos?, las presentaciones de libros con el autor ¿van a ser videoconferencias? Las estanterías que observamos distraídamente hasta encontrar algún título o una portada que nos llama la atención ¿serán substituidas por visualizadores virtuales?
En las casas, las estanterías y las baldas, las repisas y armarios ¿Ya no acogerán títulos nuevos y solo guardarán viejas ediciones en papel que poco a poco irán envejeciendo hasta la degradación? ¿Cómo mostraremos a familiares, amigos e invitados la expresión de nuestro conocimiento?
En este sentido y anticipándonos a todas estas cuestiones, que tampoco son nuevas, en el año 2003 presentamos una instalación en la Galería H2O de Barcelona, proponiendo como veíamos la biblioteca para el futuro con el libro electrónico, o cualquier otro dispositivo, y todas los bibliotecas digitalizadas.
La exposición pasó bastante desapercibida a excepción de los amigos fieles que accedieron a la inauguración. Unos años después se justifica la intención de aquella propuesta y creo que puede servir de precedente. El concepto era el siguiente: cuando todos los textos estén digitalizados y guardados en una biblioteca virtual ¿Dónde se acumulará la huella de nuestras lecturas si no hay libros que almacenar? Nuestra biblioteca era una placa de dos metros de alta, de acero inoxidable, con unos recuadros en piel donde se irían grabando “al fuego” a medida que se vayan leyendo el título y el autor de los libros. Los lomos de los libros de nuestras bibliotecas actuales no dejan de ser pequeños monumentos a nuestro saber particular a la vista de amigos y visitantes. Esta placa testimonial, a modo de instalación artística, reflexiona sobre el futuro “cercano” de las bibliotecas.